La fase analítica representa uno de los momentos más críticos dentro del laboratorio clínico, pues es allí donde las muestras se procesan, se ejecutan los ensayos y se generan los datos que se transforman en diagnósticos médicos. Aunque los equipos automatizados han reducido considerablemente la intervención manual, su sola presencia no garantiza la ausencia de errores. Sin buenas prácticas, es posible que surjan desviaciones sistemáticas, fallos de calibración o problemas con reactivos y software, todos con consecuencias directas en la calidad de los resultados. Por ello, implementar protocolos rigurosos, controles constantes y asegurar la capacitación del personal se convierte en una estrategia fundamental para minimizar riesgos.
La fase analítica, entendida como el momento en que la muestra ya preparada entra en contacto con el instrumento para medir o cuantificar analitos, concentra múltiples factores sensibles: calibraciones, estabilidad de los reactivos, confiabilidad del software y desempeño del propio equipo. Aunque en términos numéricos los errores preanalíticos suelen ser más frecuentes, los fallos durante esta fase tienen un impacto silencioso, pero igualmente grave, pues comprometen la precisión y reproducibilidad de los resultados.
La automatización ha permitido reducir la variabilidad asociada al trabajo manual, pero aún persisten riesgos. Los equipos pueden desviarse de calibración si no se ajustan periódicamente, los reactivos pueden perder estabilidad por un almacenamiento inadecuado o por diferencias entre lotes, y la contaminación cruzada aún puede presentarse si no se aplican rutinas de limpieza estrictas. Incluso el software, que debería ser un aliado en el aseguramiento de calidad, puede introducir errores si está mal configurado o no cuenta con actualizaciones. A esto se suman las condiciones ambientales, como temperatura o humedad, que impactan en la estabilidad de instrumentos y muestras, así como el desgaste de consumibles o piezas sensibles que requieren reemplazo a tiempo.
Minimizar errores en esta etapa exige una visión integral. La validación y verificación de métodos al incorporar nuevos equipos o reactivos permite asegurar precisión y linealidad antes de liberar resultados. Los controles internos aplicados en cada corrida ayudan a detectar desviaciones de manera temprana, y la participación en programas externos de calidad ofrece una referencia comparativa frente a otros laboratorios, revelando sesgos que podrían pasar inadvertidos. Asimismo, el mantenimiento preventivo y las calibraciones periódicas evitan fallas que, de no anticiparse, terminarían en reprocesos y mayores costos.
Un aspecto igualmente crucial es el monitoreo ambiental, ya que factores como temperatura, humedad y vibraciones inciden directamente en la estabilidad de equipos y reactivos. Finalmente, la capacitación continua del personal y el uso de software con interfaces confiables, capaces de emitir alertas oportunas cuando los controles de calidad fallan o las calibraciones están vencidas, cierran el círculo de seguridad en la fase analítica.
Incluso en laboratorios altamente automatizados, la calidad final de los resultados no depende solo de la tecnología disponible, sino de la forma en que esta se gestiona. La combinación de validaciones rigurosas, controles permanentes, protocolos estandarizados, mantenimiento adecuado, personal competente y sistemas digitales confiables constituye la base para garantizar diagnósticos precisos y resultados en los que los médicos y pacientes puedan confiar plenamente.